Esa profunda amalgama, la cubanidad

La formación de una cultura cubana, propia, fue un largo y difícil proceso de búsquedas, retrocesos y adelantos, hasta la creación de la identidad nacional. La diversidad de sus componentes étnicos y culturales, la resistencia feroz de la metrópoli española a la independencia de Cuba y el crisol de las guerras anticoloniales, marcaron de modo muy particular los primeros pasos de esa identidad.

A ello habría que agregar que, en las distintas etapas de nuestro desarrollo histórico, la existencia de fuerzas, corrientes, tendencias orientadas a la defensa de la cubanidad, para empezar, ante la falsa imagen que de ella intentaron forjar primero la metrópoli, España, y luego Estados Unidos, donde la tergiversación halló terreno favorable en las apetencias imperiales, en un racismo oprobioso y en una visión discriminatoria del hombre latinoamericano.

Estereotipos de lo cubano expuestos en los diarios norteamericanos The Manufacturer, de Filadelfia, y The Evening Post, de Nueva York, en 1889, originaron la respuesta de nuestro José Martí, en su artículo Vindicación de Cuba1.

Ante la infamante semblanza de un «pueblo afeminado», «de vagabundos míseros y pigmeos morales», «de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio», Martí responde, con patriotismo e indignación, que «hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres», y aclara que, en esa pelea, «nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran», en alusión directa a personajes y circunstancias que favorecieron la independencia de las Trece Colonias. Ripostar

También aprovechó el Apóstol esa ocasión para pasar de la defensa a la acusación, para golpear en su centro el mito de Estados Unidos como meca y modelo de las naciones libres, y refrendar que los cubanos, muy distintos de los dibujados ofensivamente por ambos periódicos, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos, no la necesitan, porque «no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad».

Aunque minoritarias, algunas tendencias se han nutrido -y continúan nutriéndose- de una cubanidad mutilada. La cultura plattista, o anexionista, es ejemplo de ello. Sustentado especialmente por el sector más reaccionario de la emigración cubana en el estado de Florida, EE.UU., el anexionismo, o plattismo, sigue existiendo.

Como bien dijese el mismo Martí, «la idea de la anexión está condenada a impotencia permanente; pero es un factor grave y continuo de la política cubana… y mañana perturbará nuestra república».2

También ha existido, en distintos momentos de nuestra historia, un tipo de cubano «renegado», al que se acusa de un sentimiento nacional poco sólido y una débil estructura ética. Ahí caben desde los pesimistas antinacionales denunciados en 1913 por José Sixto de Sola3, hasta los cubanos que se «avergüenzan y reniegan de serlo», señalados por don Fernando Ortiz en 1949.

En la última charla de su ciclo sobre Lo cubano en la poesía (1957), Cintio Vitier citaba la definición de John Quincy Adams sobre Cuba como «fruta madura» destinada a caer por gravitación en manos de Estados Unidos, y al respecto reflexionaba:

«Vistas las cosas desde un ángulo estrictamente económico, podría decirse que la ley enunciada se cumplió, se está cumpliendo (…) Pero contemplando el principio desde el ángulo espiritual, comprobamos con asombro que no, que la fruta no cae en las manos yanquis, sino que se deshace y evapora en la brisa como un perfume inapresable. Cierto que somos víctimas de la más sutilmente corruptora influencia que haya sufrido jamás el hemisferio occidental, y digo esto no porque le atribuya una malignidad específica, sino porque lo propio del ingenuo American way of life es desustanciar desde la raíz los valores de todo lo que toca».4

Ese deshacerse y evaporarse de «la fruta» es resultado también de la cubanidad, que condiciona actitudes, aspiraciones, sentimientos, modos de ser y de vivir; de esa compleja amalgama que conforma lo más profundo de nuestra mentalidad nacional, dispuesta a luchar y sobrevivir ante cualquier contingencia.

Cubanidad que, al decir de don Fernando Ortiz, «no consiste meramente en ser cubano por cualquiera de las contingencias ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser».5

(1) Martí, José: «Vindicación de Cuba», The Evening Post, Nueva York, 25 de marzo de 1889, O.C., t. 1.
(2) Martí, José: «El remedio anexionista», Patria, Nueva York, 2 de julio de 1892. En Obras Completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, t. 2).
(3) José Sixto de Sola: «El pesimismo cubano», en Cuba Contemporánea. La Habana, t. III, no 4, 1913.
(4) Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía; primera edición: 1958. La Habana, Instituto del Libro, 1970.
(5) Ortiz, Fernando: «Los factores humanos de la cubanidad», en Etnia y sociedad, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1993.

Fuente: EXCLUSIVO, 02/09/11

Obra de José Martí

José Martí fue un revolucionario incansable en el arte y en la política; su obra es inmensa y abarca la poesía, la novela, el periodismo y el ensayo. Fue un gran pensador, orador, diplomático y político. En el campo de la poesía merecen mención Ismaelillo (1882), Versos Sencillos (1891), Versos Libres y Flores del Destierro. Sus obras ensayísticas más notables son el Presidio Político en Cuba (1871) y Nuestra América (1891), cabe también destacar su obra epistolar, de un elevadísimo nivel literario.

Nuestra América

Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.(…)
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa (…)
La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. (…)
La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas. (…)
Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! (…)